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6

La fascinación, una vez, al encontrar esta carta de la Duquesa de Orleans, que tan bien la representaba, decía, que se parecía tanto a algunos mails que me mandaba a mí, justamente. Decía la Duquesa a la electriz de Hannover:

"Sois muy dichosa de poder cagar cuando querais, ¡cagad pues, toda vuestra mierda de golpe! No ocurre lo mismo aquí, donde estoy obligada a guardar mi cagallón hasta la noche; no hay retretes en las casas al lado del bosque y yo tengo la desgracia de vivir en una de ellas, y, por consiguiente, la molestia de tener que ir a cagar afuera, lo que me enfada, porque me gusta cagar a mi aire, cuando mi culo no se expone a nada. Item todo el mundo nos ve cagar, pasan por allí hombres, mujeres, chicas, clérigos, suizos..."

"¿Entendés?" Me dijo después de leermelo, "¿entendes ahora lo que me pasa? ¿puede ser que la Duquesa me hubiera entendido mejor que vos?" Yo entendía que lo de cagar con público era un problema, sí, que la intimidad fuera importante, sí, pero eso de no dejar su "preciosa" carga en cualquier lado, bien de Duquesa, muy.



(hubo más, antes, acá)

Lados B

Acá abajo, en un comentario a un post anterior, Bambina dice que ama los lados B. Me hizo pensar, cosa que no me sucede a menudo en vacaciones.; me hizo pensar en mi voracidad por los lados A, por los hits, y cómo con el tiempo no quedan más que los lados B, lo que hay por descubrir, lo que quedó afuera no siempre porque no servía lisa y llanamente, sino porque no servía a lo que los escuchas/lectores quieren consumir. Y entonces pensé que quizás sea hora de dejar de escribir lados A para animarme a los B. Ayer caminábamos por Neuquén calurosa y Hector me dijo que debería escribir como hablo. Porque lo hago reír mucho y porque soy tanto más desenfadada. Puede ser el comienzo de la narrativa; o, mejor dicho, la vuelta a mi vida de la narrativa.

5

Esta historia no la escribo a pedido suyo: la escribo porque jamás pude entender sus padecimientos, sólo escucharlos largamente intentando sentir en el cuerpo esa plenitud tan desgradable, cosa que siempre me fue imposible. Escribirla me acerca, quizás, un poco más a la comprensión. Yo siempre fui todo lo contrario, un relojito suizo. Cagar, comer, coger son funciones básicas, no puedo entender cómo tan complejas para ella. Recuerdo su cara cuando le contaba una nueva anécdota, cualquiera fuera, y debía interrumpir mi relato unos 2 minutos para ir al baño y, al volver, leeía en su cara la frustración, algo parecido al “si yo fuera vos…” Sí, yo sabía, se sentiría un poco menos miserable.


se puede leer también número 1, número 2, número 3 y 4


4

Podemos imaginar el asombro de la nena, ya adolescente tardía, cuando descubrió la llamada “lluvia de oro”. ¿Pero cómo, hay gente que no sólo hace lo suyo con regularidad sino que le ofrece su “tesoro” a otros a los que les gusta que se lo hagan encima? ¡Ah no, eso ya era demasiado, una injusticia intolerable! Algunos tan imposibilitados y otros derrochando….

3

La nena ya no lo es más, pero sigue recordando el largo camino de un aspecto de su historia que es también todos los demás aspectos. Tendrá que caer en totalizaciones, y digamos que tiene cierto gusto por ellas.
El baño, recuerda, era el lugar menos privado de la casa. Quiero decir, no pasaba desapercibido el hecho de que ella, o quien fuera, demorara más de lo habitual en su visita allí. "¡Con fuerza!" o "¿hubo suerte?" eran las preguntas de rigor, esas que la desconcentraban de la urgencia de su cuerpo. Y claro, ella se acostumbró a contestar qué era lo que la había llevado al baño cada vez, quizás para que la dejaran un poco tranquila, quizás porque era desagradablemente obediente.
Ahora, de grande, piensa en las escenas de películas italianas, en tantas escenas, en las que cagar es el acontecimiento humorístico por antonomasia. En "Amici miei", por ejemplo, cuando los grandulones molestan al viejito que caga apaciblemente entre los yuyos y le van robando su "tesoro". Y cuando el pobre hombre se da vuelta para ver lo que hizo, no ve nada y angustiado, grita "ma io lo ho fatto, lo ho fatto!". Tópico clásico del cine italiano ese de la escena agreste en que alguno caga entre los yuyos, ¡qué envidia! Y también, acá en Sudamérica, las historias ya casi míticas de las cholas bolivianas que, cargadas de hijo y demás, se levantan las polleras y ahí nomás, donde se encuentren, evacuan. ¡Heroínas de su corporalidad!

2

Como corresponde a esta nouvelle coprológica, la nena recuerda con intensidad cierta escena de su más tierna infancia ligada con el acto de "hacer el número dos". En rigor, la nena no lo recuerda sino que tiene una imagen algo vaga de su pelela rosa, imagen a la cual su madre le añadió hace tiempo ya la memoria, grata para la madre, de la primera evacuación importante: "Las tortitas que hacía la nena...". No es que el sentido del pudor haya sido para la chiquitina, ni lo debe ser para otros niños, algo relevante en la tierna infancia, pero convengamos en que tanto comentar entre risas el asunto, terminó por inhibirla, hecho que la llevo a concluir, de manera algo ilógica, que mejor era no cagar en absoluto así la mamá y sus amigos no tendrían tema jocoso de conversación. Y entonces, la nena empezó a tener problemas con ese "tema" como, por otra parte, podría ser más que previsible para cualquier psicológo, aunque esta narradora no lo sea.

1

Cada familia, clan o grupo tiene alguna forma de definir su pertencia grupal, alguna marca, algún sustituto moderno del tótem. En fin, los hay de clanes escoceses que se identifican por el color o la trama de sus polleras kill, por sus escudos o el whisky que producen; los habrá pelirrojos todos o con cierta tendencia a la glotonería, con cierta afición por los dulces o los saladitos; o esos flacos cuyos metabolismos dan ganas de llorar de la envidia; los todos altos, o los que destacan en todo, esos que son los primeros en el laburo y en el colegio y en la comisión vecinal; están los que se identifican por los sobrenombres que se ponen, los que crean sus propios códigos y lenguajes; los bohemios y los que educan a sus hijos con mano dura; los que hablan en cocoliche, los que se parodian constantemente. En su caso, si hay una cosa entre tantas que siempre caracterizó a una rama de la familia es lo escatológico.

Una de las primeras mañanas de invierno en la escuela primaria que recordaba era una en la que le dolió muchísimo la panza. Estaba haciendo gimnasia, cree recordar, y de pronto tuvo que detenerse: el dolor era tan fuerte que su cuerpo se dobló levemente hacia delante. El malestar pasó y volvió varias veces esa mañana. Cuando llegó a su casa, la mamá decretó “retorcijones, habrán sido por el frío nena, son gases, ponete en la cama boca abajo con un almohadón y expulsalos” El papá solía mirar para otro lado cuando salían esos temas en la mesa: “otra vez, siempre lo mismo, falta la abuela hablando de si cagó esta mañana y estamos listos”. Era un poco así, como decía el papá: a la abuela materna solían ocurrírseles esos temas de conversación justo cuando iban a la mesa. La abuela decía “tanto cocinar y en cinco minutos se terminan todo”. Y a veces ese comentario se seguía de este otro: “tanto preocuparse para después ir al baño y cagarlo todo”. Con el tiempo, la cuestión de las deposiciones se naturalizó, como suele suceder, para la nena que crecía rodeada de historias fabulosas, casi míticas, de evacuaciones.

Capturas de verano (II)



De la siesta

El verano porteño. Hace demasiado calor como para que lo soporte una sola ciudad, es cierto. Es que por acá falta algo que distienda las tardes del sopor, que haga de los días largos del año, días un poquito más cortos. La siesta, por ejemplo. Los días de verano en el interior se estructuran en un antes y un después de la siesta. Feliz olvido de las circunstancias pero también, y por esto mismo, adhesión peligrosa a la costumbre. Para ilustrar lo que digo, una anécdota que me contaron. Era la hora de la siesta y el mundo había entrado en su letargo propio de enero. Todo dormía: los hombres, los perros, los autos, algunos pájaros, los árboles. Sólo se escuchaba el extraño canto de las palomas que parecen inspirarse en esas horas también raras. Haría arriba de 38 grados y la nena tendría unos tres o cuatro años. Ya desde entonces se aburría metódicamente cuando los grandes dormían (“Es que dormían demasiado”). Le habían regalado un globo inflado con gas, de esos que se escapan. Por esas grandes cosas de la niñez, decidió que la hora de la siesta era buena para salir a dar una vuelta a la manzana y sacar a pasear su globo. Claro, los adultos dormían pero, por algún extraño motivo, un integrante de la familia (“No me acuerdo bien quién fue…”) se despertó y notó su ausencia. Salió a la calle a buscarla: estaba descalzo y se quemó las plantas de los pies. La pequeña aventura, que se repetiría en el futuro en sucesivas siestas, le valió a la nena ser llamada en adelante piantadino, y al pariente un par de ampollas.


De la bikini

Hubo una primera vez en que las chicas nos pusimos una bikini: cada una recordará cuál fue la suya. Tal vez la memoria no sea tan exacta a la hora de definir cada detalle de aquella primera vez como lo es para registrar todo aquello, agradable o no, de la otra primera vez. Yo me acuerdo de la mía: la bombacha era tan grande que podría haber sido de mi mamá, el corpiño también. Si hubiera sido por mí, no me la ponía, pero las chicas de mi edad la usaban y ya se sabe cómo es esto: si las otras chicas lo hacen… Así fue que, aterrada, me exhibí por primera vez en aquél club revestida de mi dos piezas. Claro, a nadie la pareció espantoso ni ridículo, ni me miraron con cara fruncida ni me gritaron gorda: la verdad es que a nadie le importó y, en este tipo de situaciones, eso siempre es bueno. Tengo una foto de esa época: estoy con tres amigas y las cuatro aparecemos en bikini, todas recostadas en reposeras al lado de una pileta, con cara de “me molesta el sol”. Estamos blanquísimas y las cuatro tenemos puestas bikinis negras. Me río al acordarme que tal vez la primera bikini de todas, o de casi todas, fue negra. Como si el hecho de que fuera negra disimulara los rollos: habíamos aprendido a usar el negro para tapar nuestros “excesos de grasa”. Pero en la bikini, claro, todo está a la vista. Después crecemos y las bikinis evolucionan: antes de que nos demos cuenta ya elegimos los triangulitos con la tanga y queremos lucir un violeta chillón ante la mirada atenta de la mayor cantidad posible de gente. Pero seguimos preocupadas por los rollos y la cola caída. Hay cosas aprendidas que parecen no cambiar: será cuestión de recordar que, como me di cuenta aquella primera vez, el mundo está demasiado ocupado en otras cosas como para registrar cuántos gramos de más tengo este verano.


capturas de verano (I)


Del trabajo

El verano nos pone especialmente susceptibles respecto de nuestras inhumanas condiciones laborales. La lógica del mundo laboral se esfuerza en desconocer todo lo corporal que hay en nosotros. Tan solo un ejemplo: el sacrificio digno de un asceta que significa trasladar nuestro cuerpo en esos días, especialmente en los medios de transporte de nuestro querido mundo subdesarrollado. Además pensamos, siempre, que todos los demás están de vacaciones mientras unos boludos trabajamos (nuestra perversa y traicionera imaginación se esfuerza en hacernos creer una verdad tan inconcebible como esta). No podemos dejar de pensar todo lo que estaríamos haciendo (pileta, cerveza fría, asadito, etc.) si no estuviéramos esclavizados. No hay duda de que el verano despierta en nosotros esa perdida fuerza concientizadora.


De la sillita en la vereda

Nos empeñamos en ventilarnos en verano. En los barrios todavía se puede ver a los vecinos sacar su sillita a la vereda y tomarse unos mates, calentitos, mirando lo rápido que se mueve el mundo de los hombres y lo lento que hace el mate el transcurso de los días.

Del helado

Son tantos los helados que comemos en cuatro meses que el empacho horroroso con el que llegamos a Marzo nos permite avanzar hasta el próximo calorcito casi sin mayores inconvenientes del tipo “antojadizo”.

Ejercicios 1: Los discípulos


La pequeña botella redonda. Una pequeñísima base como de copa y un cuello angosto. El centro es una esfera; está llena hasta la mitad. Dos manchas de luz la decoran, marcan los vértices de una línea transversal e imaginaria. La línea está ausente, desde ya. Las dos manchas son sus indicios. Una, en la parte superior de la esfera; la otra, simétricamente ubicada en la parte inferior. La esfera de cristal refracta una luz que ilumina sólo una franja de un todo que se hunde en la penumbra. El resto de la botella es oscuro y sus contornos se adivinan más que verse, se los traga la oscuridad que domina en los márgenes. La luminosa mancha inferior, en combinación con el agua y el cristal, forma un reflejo que rodea la base de la copa. Un círculo contenido en un semicírculo, contorneado por otro semicírculo oscuro que resalta el reflejo sobre el fondo blanco de un mantel. La botella como copa. Podría ser también lámpara de aceite pero es indefectiblemente botella. Y lo es con la misma seguridad con la que todo lo que hay en esta escena es lo que es y no otra cosa.
Otros elementos en la mesa preparada para la cena: el elemento que condensa la preciada y escurridiza luz es esa esfera. Detención de la percepción en ese instante congelado y eterno. Tiempo detenido. La mesa con comida y los tres discípulos que han dejado de moverse en el instante supremo del movimiento. Los brazos extendidos del que está a la derecha, marcando una perspectiva subjetiva. En el centro, él mira hacia abajo, ojos semicerrados, y la mano alzada que señala más acá. A la izquierda los otros dos: uno de espaldas en forzoso ademán de levantarse de la silla, las manos en los bordes, el cuerpo preparado para la acción que no sucederá. El último parado a la diestra. Mira siempre en la misma dirección, buscando y rebuscando en el instante sin tiempo algún significado de lo que podría estar por sueceder. Los rostros perfectamente humanos, demasiado. Tan verosímiles como la luz y las sombras, como las uvas y la botella.
El óleo hace al tiempo relativo: rompe la sucesión y establece el instante absoluto. Imposibilidad del movimiento o cómo el arte construye eternidad; o cómo el arte mimetiza mucho más que la expresión de cuatro cuerpos presos; o cómo el tiempo es solo eso.

y de vuelta volver de vuelta

De Mendoza, ciudad que no conocía, me quedó la impresión vaga de que todo es demasiado perfecto y, a la vez, de que todo está mal (vamos, vivimos en una argentina empobrecida y nos amontonamos como podemos en ciudades tercermundistas, ¿de dónde sale esta ciudad tan divina?). Veredas relucientes a fuerza de lampazos, limpieza, gente atenta aunque distante, todo lo que pude ver de la ciudad me hizo acordar a Olivos o Martínez.
Había una villa a la vista, sin embargo, rodeando el campus de la UNCu ("No caminen solos por ahí", "No se les ocurra salir del parque San Martín de noche a pie", etc) ¿Qué puedo decir? Vi poquísimo: poca ciudad, pocos jóvenes (se van a Godoy Cruz me dicen), como para opinar con firmeza pero claro, si para que la ciudad esté tan linda han construido mini campitos de marginados todo alrededor, entonces la hipótesis de que quizás está todo mal no esté tan alejada de la verdad. De hecho, haber visto a dos canas con perros policía en la Plaza Independencia el sábado a la tarde mientras los niños correteaban por la plaza no fue la mejor de las imágenes posibles. Tampoco fue mejor la que me formé después de hablar con los chicos de las revistas mendocinas (La rosa de cobre y Bicho bolita)
La gente que organizó el 3º encuentro, las chicas, realmente me asombraron por haber sostenido el impulso y la convicción de organizar esto más allá de la apatía o el casi nulo interés que demostraron compañeros y docentes. Lo hace doblemente valioso, creo.
El Encuentro muy interesante, las ponencias que escuché sumamente serias en sus planteos, los debates constantes en torno a los temas. En fin, superó mis expectativas, y eso que eran altas.
Buena experiencia, lo testifican las fotos, síntomas del clima de camaradería de la buena que se respiró en el grupo de Buenos Aires en general.
Y además, para leer una crónica en serio, no como esta, mejor remito a la minuciosa de Vicente que pueden leer haciendo click acá.
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