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La nena ya no lo es más, pero sigue recordando el largo camino de un aspecto de su historia que es también todos los demás aspectos. Tendrá que caer en totalizaciones, y digamos que tiene cierto gusto por ellas.
El baño, recuerda, era el lugar menos privado de la casa. Quiero decir, no pasaba desapercibido el hecho de que ella, o quien fuera, demorara más de lo habitual en su visita allí. "¡Con fuerza!" o "¿hubo suerte?" eran las preguntas de rigor, esas que la desconcentraban de la urgencia de su cuerpo. Y claro, ella se acostumbró a contestar qué era lo que la había llevado al baño cada vez, quizás para que la dejaran un poco tranquila, quizás porque era desagradablemente obediente.
Ahora, de grande, piensa en las escenas de películas italianas, en tantas escenas, en las que cagar es el acontecimiento humorístico por antonomasia. En "Amici miei", por ejemplo, cuando los grandulones molestan al viejito que caga apaciblemente entre los yuyos y le van robando su "tesoro". Y cuando el pobre hombre se da vuelta para ver lo que hizo, no ve nada y angustiado, grita "ma io lo ho fatto, lo ho fatto!". Tópico clásico del cine italiano ese de la escena agreste en que alguno caga entre los yuyos, ¡qué envidia! Y también, acá en Sudamérica, las historias ya casi míticas de las cholas bolivianas que, cargadas de hijo y demás, se levantan las polleras y ahí nomás, donde se encuentren, evacuan. ¡Heroínas de su corporalidad!

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