Una poética se toma prestada
Etiquetas: los poetas
Los limones
Escúchame, los poetas laureados
se mueven solamente entre plantas
de nombres poco usados: bojes ligustros o acantos.
Yo prefiero los caminos que desembocan en los herbazales
zanjas donde en charcos
medio secos agarran los muchachos
alguna extenuada anguila:
los senderos que siguen los ribazos,
descienden entre los penachos de las cañas
y penetran en los huertos, entre los árboles de los limones.
Mejor si la algazara de los pájaros
se apaga engullida por el azul:
más claro se oye el susurro
de las ramas amigas en el aire que casi no se mueve,
y las impresiones de este olor
que no sabe desatarse de la tierra
y llueve en el pecho una dulzura inquieta.
Aquí las diversas pasiones
de la guerra por milagro callan,
aquí también a nosotros pobres nos toca nuestra parte de riqueza
y es el olor de los limones.
Mira, en estos silencios en los cuales las cosas
se abandonan y parecen dispuestas
a traicionar su último secreto,
a veces se espera
descubrir un error de la Naturaleza,
el punto muerto del mundo, el anillo que no aguanta,
el hilo desenredado que finalmente nos coloque
en medio de una verdad.
La mirada escudriña alrededor,
la mente indaga acuerda desune
en el perfume que inunda
cuando más languidece el día.
Son los silencios en los que se ve
en cada sombra humana que se aleja
alguna turbada Divinidad.
Pero falta la ilusión y nos alcanza el tiempo
en las ciudades rumorosas donde el azul se muestra
sólo a pedazos, en lo alto, entre los cimacios.
La lluvia fatiga la tierra, después; se agolpa
el tedio del invierno sobre las casas,
la luz se vuelve avara—amarga el alma.
Cuando un día por un mal cerrado portal
entre los árboles de un patio
aparece el amarillo de los limones;
y el hielo del corazón se derrite,
y en el pecho bullen
sus canciones
las trompetas de oro de la solidaridad.
Eugenio Montale
Escúchame, los poetas laureados
se mueven solamente entre plantas
de nombres poco usados: bojes ligustros o acantos.
Yo prefiero los caminos que desembocan en los herbazales
zanjas donde en charcos
medio secos agarran los muchachos
alguna extenuada anguila:
los senderos que siguen los ribazos,
descienden entre los penachos de las cañas
y penetran en los huertos, entre los árboles de los limones.
Mejor si la algazara de los pájaros
se apaga engullida por el azul:
más claro se oye el susurro
de las ramas amigas en el aire que casi no se mueve,
y las impresiones de este olor
que no sabe desatarse de la tierra
y llueve en el pecho una dulzura inquieta.
Aquí las diversas pasiones
de la guerra por milagro callan,
aquí también a nosotros pobres nos toca nuestra parte de riqueza
y es el olor de los limones.
Mira, en estos silencios en los cuales las cosas
se abandonan y parecen dispuestas
a traicionar su último secreto,
a veces se espera
descubrir un error de la Naturaleza,
el punto muerto del mundo, el anillo que no aguanta,
el hilo desenredado que finalmente nos coloque
en medio de una verdad.
La mirada escudriña alrededor,
la mente indaga acuerda desune
en el perfume que inunda
cuando más languidece el día.
Son los silencios en los que se ve
en cada sombra humana que se aleja
alguna turbada Divinidad.
Pero falta la ilusión y nos alcanza el tiempo
en las ciudades rumorosas donde el azul se muestra
sólo a pedazos, en lo alto, entre los cimacios.
La lluvia fatiga la tierra, después; se agolpa
el tedio del invierno sobre las casas,
la luz se vuelve avara—amarga el alma.
Cuando un día por un mal cerrado portal
entre los árboles de un patio
aparece el amarillo de los limones;
y el hielo del corazón se derrite,
y en el pecho bullen
sus canciones
las trompetas de oro de la solidaridad.
Eugenio Montale
DE nada. ES un poco la idea... pero desde ya que, si tenès que agradecer a alguien, no es a mí...
El otro día, pensando en una poética para el blog de poetas, me di cuenta de que este poema la resumiría (aunque no sean tan resumido)Al menos a la poética, como preceptiva en este caso, a la que aspiro.